Del resto de las innumerables
legiones que pululaban por el país, mejor no decir mucho, sólo mencionar a dos
por su innecesaria e incompetente presencia. Una de ellas la componían unos
hombres con trajes ajustados, montera y taleguilla, que espada en mano se
dedicaban a dar mandobles a nobles animales. La otra, hombres con toga y
birrete que se decían impartidores de justicia, que no sólo la hacían ciega,
sino sorda y muda también. Estos no acertaban ni una y no se sabía si a
propósito o por simple casualidad, además eran lentísimos tomando sus
decisiones, una vez dictada sentencia, con toda probabilidad, los implicados en
dichas sentencias, habrían fallecido ya hacía décadas.
Así que si uno se daba
una vuelta por ese curioso país, principalmente se podía encontrar lo siguiente:
- Los de toga y birrete sin atinar ni una.
- Una familia de cierto
renombrillo que no hacía más que gastar y gastar.
- Un señor con bigote
regalando prebendas a los de la sotana, capa y capirote y jugando a los marcianitos con tres de sus
amigotes. Todos ya jubilados, menos mal.
- Los mencionados de
sotana, capa y capirote, soltando discursos los fines de semana y el resto sin
rechistar, amén.
- Los presuntos
dirigentes irritando y cabreando a la población.
- Los del traje
ajustado, montera y taleguilla, asustando con sus espadas.
- Los de toga y birrete sin atinar ni una.
- Vaya
joya te ha vendido Kerkel-, dijo Cuin a Shi. –Se va a enterar cuando la vea-,
respondió Shi.
Pestaña, que gran país, si no fuera por los hombres
que allí habitaban. Sólo sus hermosas y luchadoras mujeres daban resplandor a
ese maltratado país. Pestaña, que sin saberlo aún, pronto desempeñará un gran
servicio a la humanidad.