martes, 2 de agosto de 2016

Caperucita nunca será devorada (LXIV)

  Ahora sólo les quedaba esperar a que su primera parte del plan funcionara, porque si no, a ver como explicaban ellas, qué hacían con doscientos cincuenta millones y cinco mil tres hombres, encerrados en Calma Yorka.

  Mientras esperaban ansiosas noticias de esta operación se dedicaron a rematar los flecos que les quedaban de su plan principal.

  Todavía no se habían parado a pensar en cómo sacar a las Pestañolas de Pestaña, y debían aprovechar la construcción de las infraestructuras puestas allí en marcha para sacarlas.

  Lo que se les ocurrió fue lo siguiente, que antes del señalado día 18 de septiembre, programarían grandes congresos y convenciones por todo lo largo y ancho del mundo, en las que convocarían a todas las grandes, medianas y pequeñas empresas para que asistieran a ellos. Todas las empresas que acudieran tendrían una suculenta subvención con su correspondiente desgravación, multiplicada por dos, en el caso de que las delegaciones estuvieran integradas en su totalidad por mujeres.

  En Pestaña, como la mayoría de hombres estaban pendientes básicamente de la construcción, cosa muy normal, por otra parte, por aquellos lares, independientemente de que ahora estuvieran dedicados a estas nuevas construcciones del gran circuito de carreras y del inmenso aeropuerto, mandarían a dichas reuniones y convenciones a las mujeres, con lo cual ya tendrían fuera a una buena parte de ellas, que después elegirían su destino preferido.

  En los otros lugares del mundo, debido al estado semi crítico de los hombres y a la importante desgravación fiscal, también enviarían seguramente a las reuniones y convenciones a la mujeres, pero esto ya les importaba bien poco. Donde realmente se tendrían que dirigir los hombres posteriormente sería a Pestaña.

  Los Pestañoles estaban tan ensimismados y concentrados en la obras de su gran circuito de carreras y del inmenso aeropuerto, que no tenían mucho tiempo para dedicar a las Pestañolas. Como Tistine había abierto un poco su caja, para todas estas construcciones, mientras que Opera tenía cerrada la suya, la vida de los Pestañoles y demás trabajadores allí reunidos para tal efecto, era bien simple. Iban de la obra al bar más cercano, del bar más cercano a la cama y de la cama, otra vez, primero al bar más cercano y después a la obra, para acabar nuevamente en el bar más cercano y así sucesivamente todos los días. Con lo cual para las Ocho de la Casa Rural, no sería nada difícil sacar al resto de Pestañolas de allí y que los Pestañoles no pusieran muchos impedimentos a ello.