sábado, 16 de enero de 2016

Caperucita nunca será devorada (XXVII)

  Una semana antes de la reunión, llegaron Cuin y Shi a la Casa Rural. Estuvieron de viaje por varios países, pero se detuvieron en uno que les llamó especialmente la atención. Era un país de los últimos que había comprado Cuin, bueno, había comprado sólo la mitad, ya que la otra parte pertenecía a Kerkel, que fue quién la animó a invertir en él.

  Este país, llamado Pestaña, tenía una situación social, política y religiosa muy curiosa. Pestaña estaba hecha unos zorros, pero a los hombres allí reunidos parecía no importarles mucho. Ellos seguían a lo suyo, adorando a sus dioses que siempre iban vestidos en pantalón corto, camiseta de rayas o lisa, medias hasta la rodilla y unas botas con tacos, para no resbalar sobre la hierba y juntos todos, persiguiendo un balón. A estos supuestos dioses los veían, en un principio, todos los sábados y domingos generalmente por televisión, luego la cosa se alargó y también podían verlos los miércoles, pero la televisión, que es muy lista, vio que la cosa funcionaba y decidió que lo mejor para que no pensasen en otra cosa, era que estuvieran atentos a ellos todos los días de la semana, del mes y del año, hecho que finalmente así sucedió.

  El cierre de la caja de los dineros no pareció tener consecuencia para ellos, pues seguían frecuentando sus respectivos clubs, que aquí los llamaban bares, pero lo que sí que les hizo daño fue el cierre parcial de la caja de Opera, con la emisión constante por tv de “Los Documentales de la Dos”, ya que no podían ver diariamente a sus dioses actuar, en esos estadios llenos de gente vociferando alabanzas a unos determinados colores. A todo esto, ellas monísimas, como siempre.

  La familia presuntamente reinante en ese país, liderada por un tal Trampachano, constaba de un interminable número de miembros, todos ellos mantenidos por el fisco y algunos de ellos investigados por el mismo. Shi estaba realmente, y nunca mejor dicho, cabreada por esto, pues cuando invirtió en este país Kerkel no le dijo nada acerca de esa circunstancia, encontrándose con que tenía que mantener a todos ellos, además, con aficiones bien caras y extravagantes.

  Al Trampachano este y a toda su prole, los conocía bien Kerkel, porque solían pasar las vacaciones en el mismo lugar que ella, en Calma Yorka, con lo que Shi pensó que Kerkel ya le podría haber avisado de cómo las gastaba el Trampachano ese. De todas formas este no era el único motivo de cabreo de Shi respecto a la inversión que había realizado en Pestaña.

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