martes, 19 de enero de 2016

Caperucita nunca será devorada (XXVIII)

  Debido a una ley que se inventó un señor con bigote, que pasó un cierto tiempo haciendo como si dirigiera Pestaña, determinados edificios con una cruz en lo alto, también estaban exentos de pagar al fisco, además lo que decían los habitantes de estos edificios con una cruz en lo alto, que vestían amplias sotanas, capa y capirote, que les hacía parecer, entre ridículos y temibles,  era dogma de fe, o así lo llamaban, con lo cual casi ninguno de los habitantes de aquel lugar se atrevía a llevarles la contraria.

  Estos hombres, porque todos eran hombres, que al igual que el Club Totario Ese, no admitían a mujeres en sus órganos dirigentes, se dedicaban por lo menos una vez por semana, intentando no coincidir mucho con los del pantalón corto, camiseta de rayas y medias hasta las rodillas, a soltar unos interminables discursos llenos de bonitas palabras y encomiables e increíbles actos, que por cierto no se parecían en nada a lo que ellos mismos practicaban. Estos discursos siempre acababan de la misma manera y con la misma palabra, amén, que al oírla, sus fieles seguidores al unísono volvían a pronunciar.

  Los de la sotana se permitían el lujo de opinar de todos los temas habidos y por haber, sin tener absolutamente ni pajolera idea de la mayaría de ellos, pero les daba igual, ellos opinaban, además como sentaban dogma de fe, nadie rechistaba. Estos eran legión, pero había muchas más legiones en este curioso país.

  Otros que eran legión eran los presuntos dirigentes que manejaban Pestaña. Estos podríamos decir que eran los peores, qué malos que eran, tan malos, que con sólo oír sus nombres, la gente se ponía nerviosísima y cada vez que hablaban causaban una profunda irritación a la población, así que mejor no seguir diciendo nada más de ellos, no sea que nos contagiemos.

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