Siguiendo el cauce
del rio y en un momento indeterminado para ellas, creyeron escuchar unas tenues
voces provenientes de una galería adyacente a la gruta principal, a medida que
avanzaban en esta nueva cavidad, las voces se hicieron más fuertes y la
oscuridad más intensa. Las voces se tornaron gruñidos, las oscuridad dio paso a
una luminosidad de tonos rojizos, ellas caminaba juntas, ateridas sin decir
palabra alguna, esa pequeña luminosidad impidió que cayeran en un gran hueco
que se abría a sus pies, de donde provenía la luz y las voces. La escena que
presenciaron era dantesca, hombres devorándose entre sí, con una violencia y un
sinsentido espeluznantes, destrozaban y desgarraban cuerpos, incluidos los
suyos propios, que nuevamente volvían a resurgir, y volvían a ser devorados una
y otra vez, envueltos en una cadena sin fin que no sabían advertir y que eran
incapaces de detener.
Las cinco salieron
de allí despavoridas y aterradas, corriendo y tropezando unas con otras en la
oscuridad hasta que empezaron a vislumbrar la luz proveniente del río y empezaron
a tranquilizarse, entonces dejaron de correr para caminar de forma más pausada, una vez en la
orilla, se tumbaron y respiraron profundamente, reflexionando sobre lo que
acababan de presenciar.
Medio
repuestas de la escena tan horrible y salvaje a la que acababan de asistir decidieron seguir su ruta, todavía sintiendo el horror y el miedo instalados en
sus mentes y visibles en sus cuerpos, siempre a la vera protectora del río, que
les alimentaba y les daba la luz suficiente para continuar su marcha, en la que
se encontraron, una nueva gruta, otra vez en el margen derecho del río. Esta gruta les
llevó a ver a cientos de hombres agarrados con fuerza a pequeñas pertenencias,
maletas, joyas, carteras, relojes y cientos de objetos más, amenazándose entre
ellos, profiriendo ininteligibles y desagradables sonidos, para defenderse de
supuestas agresiones cometidas por otros hombres en sus mismas circunstancias.
Entre ellos no se llegaban a tocar, simplemente se miraban, recelaban y gruñían
para alejar a los supuestos agresores, que al mismo tiempo se sentían
agredidos, una escena dramática y de violencia contenida, desprovista de
cualquier sentido, que las cinco presenciaron atenazadas, sin poderse mover,
incrédulas ante esa gran rabia proveniente de seres semejantes.
La siguiente escena
que encontraron fue en otra gruta, esta vez en el margen izquierdo del río. Después
de haber vivido el drama y el horror más
cruel en sus dos incursiones más allá de la orilla, esta visión les resultó de
lo más placentera, miles de hombres arañando desesperadamente con sus manos las paredes de la galería donde se encontraban, intentando hallar una salida
que los sacara de aquel agujero. Las cinco, impávidas e imperturbables, sin
miedo alguno ya, se atrevieron a dirigirse a ellos, indicándoles el lugar por
donde podían escapar de allí, los hombres se giraron y las miraron, primero con
incredulidad, luego con desprecio, acto seguido, ignorándolas por completo, siguieron
empeñados en la absurda tarea de encontrar una salida donde ya la había. Ellas
hicieron lo propio, se giraron, y volviendo sobre sus pasos, hasta encontrar de
nuevo el cauce del río, siguieron su camino, esta vez lo que se encontraron
fue, que la tenue luz azulada proveniente del cauce ganaba en intensidad a
medida que avanzaban, lo que les hizo aumentar el paso de una forma instintiva,
hasta verse inmersas en una carrera desenfrenada cuyo final acabó frente a un
inmenso mar al atardecer.

Abril,
Irene, Kai, Arama y Nebay tumbadas sobre las rocas, acariciadas por la brisa y los
últimos rayos del sol, eran incapaces de diferenciar si lo vivido fue sueño o
realidad, dudando si lo presenciado se correspondía con la evolución y origen
del hombre y preguntándose, si ocurrió exactamente lo mismo con la evolución y
origen de la mujer.