En un par de días todos
los medios de transporte, sin excepción, estaban ya completamente a rebosar de
ávidos hombres deseosos de ver, lo que durante unos cuantos meses se le había
privado de ver.
Les habían quitado sus
juguetes preferidos y los habían trasladado a miles de kilómetros de distancia
para que acudieran a buscarlos. Ante su pérdida, en vez de tener la imaginación
y fuerza, para crear e inventarse juguetes nuevos, solo supieron protestar,
cabrearse y llorar sus miserias. Cuando ellas les dijeron donde podían
encontrarlos, ellos no lo pensaron dos veces y como posesos se dirigieron a por
ellos, sin sospechar siquiera, que serían devorados por los mismos.
Se habían
acabado sus penurias, por fin tenían ya un motivo para sentirse felices y
contentos, sin saber que esa felicidad les llevaría a todos a la ruina, a su
fin como especie, a un lento exterminio del que no podrían escapar y lo hacían
sin ningún tipo de presión, ni obligación, lo hacían porque querían, les
apetecía y les gustaba. ¡Increíble!
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