martes, 8 de noviembre de 2016

Caperucita nunca será devorada (LXXXI)

   Tal y como predijeron las Ocho de la Casa Rural, y según informaron los espías desde lo alto de la piedra de Cuin, los primeros en llegar a Pestaña y tomar posiciones, fueron los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad de todos los Estados miembros del Mundo. Debido a su rapidez y facilidad para la movilización, al primer informativo, y previa paralización de las guerras en las que estaban inmersos, rápidamente se desplazaron a Pestaña para elegir los mejores puntos estratégicos donde instalarse, y así salvaguardar la integridad física de sus conciudadanos de los posibles ataques indiscriminados del resto de conciudadanos de otros países. Los maestros de la estrategia y el espectáculo pirotécnico, mal entendido, fueron los primeros en encerrarse. Bien por ellos.

   Los espías informaron que con la llegada de los del casco, porra y fusil, con todos sus bártulos, la cosa se había apretado bastante, y no estaban seguros de que hubiera mucho más sitio para el resto de los que faltaban por llegar. Ellas les dijeron que no se preocuparan, que según sus cálculos había sitio para todos, que bien apretaditos cabían perfectamente, no obstante, les sugirieron que colocaran unos grandes carteles en los que pudiera leerse “Al Fondo Hay Sitio”, que ellos ya lo entenderían.

   También les advirtieron de que procuraran mantener la pista de aterrizaje lo más despejada posible, para evitar tragedias prematuras e innecesarias, pero que tampoco arriesgaran sus vidas en este empeño, que dejaran el peso de esta labor a los ya instalados allí, que serían los realmente interesados en que los aviones no aterrizaran directamente encima de sus cabezas cuando hicieran acto de presencia, hecho que ocurrió en una brevedad pasmosa. Era tal la afluencia de artilugios voladores, que según iban aparcando al final de la pista, rápidamente aparecían nuevos aparatos, que hacía prácticamente imposible que los pasajeros abandonaran sus respectivos aviones, con lo cual, muchos de ellos decidieron continuar abordo, esperando a ver si se despejaba un poco todo, cosa que nunca llegó a suceder, evidentemente.

  Acto seguido los primeros barcos hicieron su aparición. Al desplegar sus rampas de desembarque, centeneras de miles de hombres, corrían como posesos para ocupar sus localidades, para presenciar lo que, realmente pensaban, sería el mayor espectáculo del mundo, sin llegar a imaginar lo que realmente iban a presenciar, que aunque efectivamente sería el mayor espectáculo del mundo jamás visto, no era el que precisamente ellos quisieran haber presenciado.

   Sus colegas al otro lado de la línea estaban absolutamente impresionadas ante tal despliegue de medios. Ya no quedaba ningún hombre en sus tierras, todos había partido ya rumbo a Pestaña, y los que no habían llegado aún, estarían a punto de hacerlo.

   No cabían de satisfacción de lo bien y rápido que había salido todo, todavía tenía que dar gracias a la reciente erupción solar, que había dado el definitivo punto de irritación a los hombres para embarcarse, sin dudarlo un instante, en el último viaje de sus vidas. Las más místicas pensaron que el Sol les había echado una manita, aliándose con ellas para conseguirlo.

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