miércoles, 2 de agosto de 2017

Grooland (1/3)


Nota Preliminar: En este relato puede haber escenas que hieran su sensibilidad. Todo lo que aquí se cuenta es pura ficción, por lo que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

  Douro, ¿Qué ha estado haciendo estos últimos años en Grooland? Fumar, beber y ver cómo la gente cae. ¿Se arrepiente de algo? Sí, de no haber sido capaz de adelantarme a los acontecimientos. ¿Algo más que reseñar? Claro, si no hubiera sido por una oportuna lumbalgia ahora no estaría aquí hablando con usted.

  Douro responde a estas preguntas con una cerveza en la mano y un cigarro en la boca. Sentado en una de las terrazas de su gran mansión, de estilo entre churrigueresco y surrealista, lo que hace indefinible su descripción y aspecto. La terraza tiene vistas a una gran torre de base cuadrada de 4x4m. y una altura de 135m. La torre no tiene nada que ver con el paisaje, pintada de azul añil y blanco, con una interminable escalera en uno de sus costados que nos lleva hasta su cima. La torre desluce todo lo que hay a su alrededor, desluce encinas, robles, prados inmensamente verdes, desluce todo lo que se ve y se intuye, desluce tanto, que es imprescindible su presencia para admirar lo que es y lo que debería de ser.

  Grooland era un lugar rico, rico en ganado y en tierras de cultivo, principal proveedor en materias primas de los pueblos colindantes, más grandes y dedicados exclusivamente a la industria y confiados plenamente en el soporte alimenticio que Grooland les brindaba. A pesar de los avisos que el clima daba, los pueblos vecinos seguían vertiendo cantidades ingentes de partículas contaminantes al aire que el viento se encargaba de distribuir por las tierras de Grooland. Tanta partícula y tanto humo no podían traer nada bueno a Grooland y sus habitantes. Un invierno especialmente frío congeló cosechas, mermo pastos y debilitó a buena parte del ganado. Un verano especialmente cálido y seco acabó con cualquier atisbo de recuperación para lo cultivado y fulminó al poco ganado que quedaba. La tierra y el cielo se fundieron en un gris ceniza. Ramas sin hojas en árboles quemados, huesos esparcidos en cauces secos, habitantes desesperados buscando un por qué ante tanto desastre y ruina.

  Los pueblos vecinos dejaron de recibir alimentos, las fábricas cerraban ante la evidente debilidad de los trabajadores, la producción industrial disminuía hasta llegar al cero absoluto, los habitantes en su delgadez extrema, casi transparente, se preguntaban en su desesperación también el por qué de tanta catástrofe y sufrimiento. 

  Pero el momento cumbre de su desesperación, tanto para los habitantes de Grooland como los de los pueblos vecinos, llegó con el apagón total de las fuentes de energía y las comunicaciones, lo que provocó que los diferentes tipos de pantallas que miraban constantemente dejaran de funcionar, entonces ya no hubo más preguntas, solo les quedó el vacio, la nada, la insufrible e insoportable condición de no poder enviar una imagen a sus seres más queridos, y a todos sus contactos, de la paella que nunca más se volverían a comer.

Continuará...

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