sábado, 7 de febrero de 2015

El 17 de Rarin Street (5/5)

 La mañana que se vio salir a la vecina del primero de la vivienda, sin la compañía del amante infiltrado, la Policía se percató de que algo no iba bien, llamó al móvil del agente para saber que ocurría, y ante la sorpresa de los que en ese momento estaban de vigilancia, el teléfono empezó a sonar de manera débil y difusa por el jardín. Inmediatamente se ordenó la detención de la vecina del primero y del portero. Se llamó a un grupo de intervención especial para que excavará por donde se creía sonaba el teléfono, la visión que produjo el resultado de la excavación fue impactante y espantosa, infinidad de miembros de 101 cuerpos destrozados, descuartizados y muchos de ellos en total descomposición, esparcidos por todo el jardín. En el estómago de uno de esos cuerpos, un teléfono móvil, que en ese momento dejó de sonar.

 La vecina del primero, confesó ser la autora del paso a la no vida de todos los desaparecidos, mediante la ingesta del mismo potente veneno, pero servido de manera diferente, que el utilizado por el portero en el jardín. A sus amantes los eliminaba por tres razones esenciales, la primera, por el temor a sentir rechazado su amor, la segunda, por el temor a verse acosada por los rechazados de su amor y la tercera, y más importante, por el tremendo pánico que sentía de poder encontrar la felicidad. El portero, que amaba a la vecina de manera silenciosa y secreta, y conocedor de los hechos, le ayudaba a deshacerse de los cadáveres, también por tres motivos, el primero, por celos, sabedor de donde alguien ha estado y él no, el segundo para que ella no fuese inculpada y el tercero, con la esperanza de que algún día su amor se viera recompensado.

Fin
                                                                    
Nota II: Dedicado a todos aquellos que al intentar esconder sus miedos y prejuicios en el jardín, esconden con ellos sus deseos y emociones también, y a todos aquellos que los ayudan, con algún que otro oculto interés, a realizarlo. 

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