Una sombra siempre me acompaña, más que una sombra es un
murmullo de sombra, o una sombra que murmura, no sé muy bien cómo definirla. En días nublados y en noches sin luna apenas es distinguible,
aunque yo la presiento y sé que está ahí. En días luminosos la sombra se atreve
a mostrarse en todo su esplendor, la veo y la escucho con total nitidez. No me
gusta caminar mucho junto a ella, porque a veces más que una sombra parece una
conciencia. Mi sombra tiene una facilidad innata de comunicación pero nula
comprensión. Muchas veces intento alejarme de ella, pero me es imposible,
siempre me sigue y estoy empezando a hartarme, deseando que llegue pronto la
noche.
Un día de mayo, durante un viaje con mi primer amor,
Moira y en un restaurante cerca de Burdeos, ocurrió un suceso del que hoy en
día todavía no me he recuperado, y ya han pasado unos cuantos años. Habíamos
preparado el viaje con meses de antelación, no de una manera militar, con
horario establecido y lugares de visión y estancia obligada, pero sí con cierto
rigor. Iríamos en coche de Madrid hasta Paris, por la costa de Bretaña y
Normandía, para una vez llegados a Paris volver por el centro de Francia,
pasando por la zona Borgoña y Languedoc, en total ese recorrido nos llevaría
unas tres semanas.
Mi
sombra estaba contenta de hacer ese viaje, porque así estaba más cerca de Moira
y de su sombra, yo realmente le importaba más bien poco, pero en esos momentos
no me molestaba demasiado, ya que todavía no se había vuelto tan impertinente y
beligerante conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario