jueves, 5 de noviembre de 2015

Caperucita nunca será devorada (XIII)

  Cuando Kerkel terminó su relato estaban ya las dos realmente exhaustas, habían estado 37 horas contando sus vivencias sin parar y no habían podido comer absolutamente nada, por lo que decidieron que era hora de descansar un poco.

  Antes de irse a acostar encendieron sus inteligentes teléfonos móviles, descubriendo que tenían mil quinientas doce llamadas perdidas y setecientos catorce mensajes sin abrir, pero tras intercambiarse una ligera mirada decidieron volverlos a apagar.

  Cuin contó que su marido siempre estaba quejándose de todas las llamadas y mensajes que recibía sin parar y amenazaba con que el día menos pensado apagaba el móvil y ya no lo volvería a encender, cosa que evidentemente nunca hizo, es más, el día que recibía pocas llamadas se extrañaba y se ponía a toquetear el móvil una y otra vez, para asegurarse de que estuviera encendido, con cobertura y funcionando correctamente. Kerkel dijo que a su marido y los maridos, amantes, amigos y compañeros de sus amigas, les sucedía exactamente lo mismo.

  Cuin y Kerkel se fueron a la cama dándose un gran abrazo, sabiendo que sus destinos, y el de más de tres mil cuatrocientos millones de mujeres del mundo, estaban ya unidos para siempre.

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