Cuando Kerkel terminó
su relato estaban ya las dos realmente exhaustas, habían estado 37 horas
contando sus vivencias sin parar y no habían podido comer absolutamente nada,
por lo que decidieron que era hora de descansar un poco.
Antes de irse a acostar
encendieron sus inteligentes teléfonos móviles, descubriendo que tenían mil quinientas doce llamadas perdidas y setecientos
catorce mensajes sin abrir, pero tras intercambiarse una ligera mirada decidieron volverlos a apagar.
Cuin contó que su
marido siempre estaba quejándose de todas las llamadas y mensajes que recibía
sin parar y amenazaba con que el día menos pensado apagaba el móvil y ya no lo
volvería a encender, cosa que evidentemente nunca hizo, es más, el día que
recibía pocas llamadas se extrañaba y se ponía a toquetear el móvil una y otra
vez, para asegurarse de que estuviera encendido, con cobertura y funcionando
correctamente. Kerkel dijo que a su marido y los maridos, amantes, amigos y
compañeros de sus amigas, les sucedía exactamente lo mismo.
Cuin y Kerkel se fueron a la cama dándose un gran
abrazo, sabiendo que sus destinos, y el de más de tres mil cuatrocientos
millones de mujeres del mundo, estaban ya unidos para siempre.
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