lunes, 15 de febrero de 2016

Caperucita nunca será devorada (XXXIII)

  Para qué voy a relatar el inmenso poder que atesoraban ahora, si sólo pensarlo da escalofríos. Pero los que sí que tendrían que estar temblando, si lo supieran claro, serían los hombres, por suerte para ellos todavía no eran conscientes de lo que les esperaba, bueno, realmente tampoco fueron conscientes hasta el instante final.

  Con todos los medios de comunicación en su poder, sólo les quedaba esperar la llegada de todas sus colegas venidas de todos los países del mundo.

  Para hacer la espera más agradable prepararon un buen fuego en la chimenea, se sirvieron unas copas de ron añejo cosecha del 29 y se dispusieron a disfrutar de ese momento.

  A media mañana del día 16 ya estaban todas allí reunidas, inquietas, felices y conscientes del papel tan fundamental que iban a desempeñar. Dispuestas para afrontar el mayor reto que la historia les iba a presentar. 197 mujeres preparadas para salvar a la parte más importante de la humanidad, ellas mismas y todas sus congéneres.

  Aunque parezca extraño, el desfile de Tal Eldelfiel les importaba bien poco, así que le despacharon rápido, le compraron todos su vestidos y como les caía simpático, le mandaron de vacaciones pagadas a perpetuidad a Calma Yorka, donde coincidió con el expropietario de la Casa Rural, del cual se enamoró locamente y creo que incluso llegaron a formalizar su relación.

  Y aunque vuelva a parecer extraño también, tampoco perdieron mucho tiempo en presentaciones, saludos, dime, cuéntame y cosas por el estilo, porque lo que querían era ir directamente y sin dilación alguna, al asunto que las había llevado hasta allí.

  Por deferencia con la edad y ya que ella había sido la principal responsable de que allí estuvieran juntas, por primera vez en la historia, todas las mujeres más poderosas, importantes e influyentes del mundo, la primera en hablar fue Cuin.

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