jueves, 25 de febrero de 2016

Caperucita nunca será dovarada (XXXVII)

  Sólo había pasado un día desde que llegaron a la Casa Rural y ya habían avanzado bastante, ellas cuando quieren hacer algo generalmente lo consiguen, no como los hombres, que antes de pensar en hacer algo primero piensan en la excusa para no hacerlo.

  Todas estaban felices y expectantes ante el futuro que se les aparecía. Se las veía radiantes, paseando y charlando entre ellas, nerviosas por saber cuál sería el siguiente paso y cuándo culminarían su obra, y sobre todo, si tendría éxito. Bueno, la verdad es que ninguna pensó que podrían fracasar y ese fracaso que consecuencias tendría para ellas. Ni querían, ni debían dejar por ahí sueltos a unos cuantos de ellos.

  Antes de empezar la siguiente reunión, los espías de Shi le comunicaron que se estaban produciendo algunos desmanes por todo el mundo.

  No lo he mencionado anteriormente, pero Shi poseía una extensa red de espías a lo largo y ancho de todo el mundo, a los cuales, una vez iniciado el proyecto en que estaban metidas, les ordenó que le informaran inmediatamente del mínimo cambio que notaran en sus respectivos lugares de espionaje. De todos estos espías, un número determinado de ellos, tendrá también un papel concreto e importante en esta historia.   

  Debido al cierre de las dos principales cajas que mueven el desarrollo de la humanidad, la del dinero y la de la televisión, y a la inexistencia de cualquier tipo de comunicación, que no fuera el teléfono fijo de toda la vida, los hombres se mostraban altamente inquietos, no sabían qué hacer ni a donde ir, viéndoseles realmente despistados ante la nueva situación que tenían que afrontar. La producción de las empresas por fortuna prácticamente no había variado, ya que aunque ellos sólo hacían que deambular por las oficinas, ellas seguían estando activas y sacando el trabajo que no hacían ellos, con lo cual, las empresas no tenían la más mínima merma.

  Los que sí lo notaban eran los clubs como el Club Totario Ese, los bares cercanos y los chiringuitos. Al tener Tistine su caja cerrada para ellos, no podían acudir a dichos establecimientos, ya que tendrían que pagar las consumiciones de su propio bolsillo, sin poderlo anotar a la empresa correspondiente, y a eso no estaban dispuestos. Bueno, los primeros días si estuvieron dispuestos, porque decidieron que pagarían entre todos, pero enseguida vieron que eso no funcionaba. Cuando llegaba la hora de pagar, a uno se le había olvidado la cartera, otro tenía necesidad urgente de ir al baño, a otro le pillaba encendiéndose un cigarrillo en la calle y luego se olvidaba volver a entrar al bar, también estaba el listo que siempre iba con el mismo billete de tres mil y como nadie tenía cambio, se lo volvía a guardar. Debido a todas estás argucias al final siempre pagaban los mismos, por lo que decidieron dejar de verse y cada uno por su lado, con el consiguiente cabreo de los que pagaban y de los que ya no tenían a nadie que pagase, consecuencia, todos cabreados.

  Ellos, acostumbrados a arreglar el mundo en dichos lugares, mientras pagara otro, eran incapaces de resolver el mínimo inconveniente creado por ellos mismos.

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