martes, 18 de octubre de 2016

Caperucita nunca será devorada (LXXVI)

    A la mañana siguiente, bien temprano, ya que les quedaba un largo viaje a pie, hasta la estación de tren más cercana que las acercara hacia sus diferentes destinos, se predispusieron a despedirse de Kerkel. A Kerkel le daba un no sé qué quedarse sola que estaba como un flan la pobre, pero tenía que asumirlo, ahora esa era su misión.

   Antes de que se marcharan, Kerkel hizo un último intento de establecer comunicación con alguien del exterior y ante el temor de encontrarse malas noticias, muy malas noticias, decidió llamar al que probablemente menos malas les daría, llamó al Gerente del Hotel Hiz Sol y Playa.

   Para su sorpresa, para su grata sorpresa, el Gerente descolgó el teléfono y se mostró a la vez también sorprendido por la llamada. Les preguntó que qué tal estaban, si iba todo bien, y que a qué se debía tal honor, no sin dejar de mostrar un pequeño disgusto, por lo temprano de la llamada.

   Kerkel, ansiosa, le devolvió los cumplidos y enseguida le preguntó que qué estaba pasando. A lo que el Gerente respondió extrañado, que no estaba pasando nada, ¿qué si tenía que pasar algo? Kerkel le contó que llevaban varios días intentado ponerse en contacto con él pero que nadie cogía el teléfono. –Pues no sé-, respondió el Gerente, -aquí las únicas llamadas que recibimos son las vuestras, y el teléfono no ha sonado, y como las llamadas salientes están restringidas desde que llegaron aquí todos estos, y así lo pedisteis vosotras, pues qué quieres que te diga, por aquí no ha cambiado nada, seguimos igual de apretados que antes y nada más. Esperando vuestras órdenes como siempre.- Concluyó el Gerente.

   A pesar de que el Gerente no le había aclarado nada, le dio las gracias y se despidió de él. Cuando se lo contó al resto, rápidamente se pusieron a intentar localizar a sus colegas de aventura.

   El primer número al que llamaron fue al de Pistina. Un tono, dos, -Suena-, gritaron todas, ahora sólo hacía falta que alguien al otro lado de la línea lo cogiera.

Por motivos de seguridad es imposible una toma más cercana
   -¡Por fin!- Se oyó gritar al otro lado del teléfono, era Pistina quien lo hacía. Chelie, que era muy amiga suya, ya que vivían por la zona, fue la primera que se atrevió a preguntar qué estaba pasando.

 -¿Pero no os habéis enterado?- Dijo Pistina, –Claro, como os vais a enterar allí metidas, y no quiero que suene a reproche. Esto es un caos, es terrorífico, no os podéis imaginar lo que ha pasado-

   -¿Qué ha pasado, se han enterado los hombres de nuestro plan y ya habido las primeras muertas, han secuestrado a muchas de las nuestras, han rodado las primeras cabezas?- Preguntó muy nerviosa Chelie.

   -No, no, de momento todavía no, pero los ánimos están muy caldeados y el caos reina en las calles, no sólo de mi país, sino en el resto también. Acabo de hablar con alguna de nuestras colegas y en todo el mundo están las cosas igual de mal-.

  -Pero Pistina, y los anuncios e informativos programados para promover nuestro plan, ¿No han surgido ningún efecto, no han hecho salir a los hombres pitando para Pestaña, nadie se está moviendo? Por favor cuéntame que está pasando. Inquirió Chelie nerviosa ya cerca del infarto, al igual que sus compañeras de Casa Rural.

   -¿Anuncios? ¿Informativos? ¿Pero de que estás hablando Chelie? Aquí ni hay, ni ha habido anuncios ni informativos, ni nada que se le parezca-.

   Las Ocho de la Casa Rural, no daban crédito a lo que estaban oyendo. Todo su trabajo, todo su esfuerzo, todas sus ilusiones por un mundo nuevo se iban al garete. Pero por qué, se preguntaron, y se lo volvieron a preguntar y se lo podrían preguntar mil veces más, pero no hallarían la respuesta, entre otras cosas, porque de momento nadie se la había dado, pero haberla la había y seguro que alguien, más temprano que tarde, se la daría.

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