jueves, 27 de octubre de 2016

Caperucita nunca será devorada (LXXVII)

  Pistina fue quien les dio la respuesta. Se había producido una tremenda erupción solar, que había afectado entre otras cosas, al tendido eléctrico de todo el mundo. Nada funcionaba, ni cafeteras, trenes y aviones, ni lámparas, ni satélites y por supuesto, mucho menos la televisión. No funcionaba nada que tuviera un cable colgando, con una especie de hilos de bronce de por medio, o cualquier aparato que necesitara de ondas electromagnéticas o pilas, de los diferentes modelos que hay en el mercado, para su cumplir su fin. Ni siquiera el teléfono fijo, el medio más seguro de intercomunicación, había resistido ante la brutalidad de ese fenómeno. 

   Por las mañanas las ciudades estaban paralizadas, sólo se veían grupos de hombres deambulando por las calles amenazando a todo lo que encontraban a su paso, incluidos árboles y farolas. Por la noche, se sumían en la total oscuridad. Había caos y vandalismo, se saqueaban todo tipo de tiendas, excepto las de electricidad y electrónica, ya que esos aparatos en la situación actual, no servían absolutamente para nada.

  Todas estaban muy asustadas. La evolución de la especie había dado marcha atrás, los hombres cada vez se parecían más a los animales, incluso estos, en algunos casos, les habían superado ya en inteligencia y educación. Ellas de momento aguantaban el tipo, pero tampoco sabían cuánto tiempo más podrían resistir.

  Esa misma mañana, se había recuperado el fluido eléctrico y por fin se pudieron tomar una café bien calentito. También se ha recuperado ya el transporte, gracias a que los surtidores de combustible empezaban a funcionar. La televisión también, pero de momento no se podía ver absolutamente nada en ella. Los hombres se habían calmado un poco, pero todavía se les notaba nerviosos e inquietos, cualquier mínimo contratiempo, podría desencadenar el desastre total y final.

   Maldita erupción solar pensaron Cuin y compañía, ya podría haber esperado el sol otros cientos de años para expulsar sus gases. Sería gracioso que un fenómeno de esas características les arruinara su proyecto ideado con tanto cariño y esmero.

   Se pusieron en comunicación con el resto de sus colegas, todas les contaron más o menos lo mismo. Todas habían sufrido circunstancias parecidas, dependiendo del grado de utilización de tecnología eléctrica en sus respectivos países. Así, en algunos, pocos, muy pocos, prácticamente no lo habían notado y en otros, la vida de sus ciudadanos se convirtió en un auténtico infierno, ya que ni siquiera tenían la ocasión de lavarse con agua caliente, que catástrofe, que tragedia, tener que lavarse con agua fría, o en su defecto tener que hacer el esfuerzo de encender un fuego, coger un caldero, llenarlo de agua y calentarla con ayuda de estos dos elementos. Ante esta disyuntiva, la inmensa mayoría dejó de lavarse, con el consiguiente ahorro de agua y el excesivo y desmesurado gasto en ambientadores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario