lunes, 31 de octubre de 2016

Caperucita nunca será devorada (LXXVIII)

   La erupción solar parecía haber terminado del todo, o por lo menos sus efectos devastadores habían dejado de sentirse. Ya funcionaba cualquier cosa con un cable colgando y susceptible de ser enchufada a los orificios practicados, para tal uso, en una pared o lugar similar.

    A sus colegas en sus respectivos países, Cuin y compañía, les dijeron que se mantuvieran localizadas, pues antes de volver a pulsar el botón rojo, las llamarían para certificar, qué anuncios e informativos se emitían correctamente y ver la reacción instantánea de los hombres. Antes llamarían a los espías, para ver si por Pestaña, había pasado algo digno de mención.

   Los espías se alegraron de oír sus voces después de tanto tiempo y la preocupación de no saber cómo se encontraban, desapareció de inmediato. Habían intentado comunicar con ellas en varias ocasiones, pero sin ningún éxito, ahora estaban felices de volver a escuchar sus voces, estos, que seguían instalados en lo alto de la gran piedra que Cuin poseía allí, les contaron lo que había pasado en Pestaña.

   Debido a la mencionada erupción solar, todas las infraestructuras que estaban construyendo se vieron paralizadas, afortunadamente, ya estaban casi todas terminadas y eso era una ventaja. Pero los hombres allí ubicados, al verse faltos de actividad, empezaron a notar una cosa muy curiosa en la que antes no habían reparado, la total ausencia de personas del sexo opuesto al suyo en Pestaña, salvo por unas cuantas mujeres, recluidas en una especie de edificio acristalado haciendo esquina con dos calles, situado justo en el centro de Pestaña, y en el que en su fachada se podían leer las enigmáticas letras FeFe, coronadas por una especie de buitres, blancos sobre fondo azul, a los que habían refinado la figura.

  Ante la ausencia de mujeres y de cualquier tipo de actividad, los trabajadores venidos desde otros lugares tuvieron la intención de marcharse, afortunadamente, de nuevo, como no había ningún medio de transporte en funcionamiento, les fue imposible salir de allí, con el consiguiente disgusto y las consabidas protestas por parte de todos. Los Pestañoles, más acostumbrados a la falta de actividad, no armaron demasiado jaleo, cosa que extraño mucho a los demás, incluidos los espías, que se temían lo peor.

    Los Pestañoles, desempolvaron de sus baúles barajas de cartas y piezas de dominó, olvidadas durante el periodo de actividad y reunidos en pequeños grupos, alrededor de mesas o cualquier artilugio que hiciera las mismas funciones, se pusieron a jugar una partida tras otra, recordando tiempos pasados y sin importarles en absoluto lo que pasaba a su alrededor. Y así fueron pasando los días, hasta que esa mañana todo volvió a funcionar y se pusieron a rematar el trabajo que les quedaba por cumplir, sin dar la menor importancia a lo acaecido anteriormente. Todo en Pestaña seguía igual que antes de la erupción solar.

   A las Ocho de la Casa Rural, todas estas noticias las tranquilizaron mucho. Les hizo ilusión saber que su plan no se había desbaratado por completo y todavía tenían esperanzas de que funcionara, lo único malo, en principio, es que se demoraría un poco, pero nada más. Se despidieron de los espías agradeciéndoles su inestimable colaboración y prometiéndoles que en un par de días volverían a estar en contacto con ellos, si no mediaba ninguna erupción solar o fenómeno de similares características, para constatar de una vez por todas, la llegada masiva de hombres a Pestaña.

   Ahora sí que había llegado el momento, por segunda vez, de volver a apretar el botón rojo.

  Antes, llamaron a todas sus colegas, para que siguieran en directo el acontecimiento y comprobaran la correcta emisión de anuncios e informativos.

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