La erupción solar
parecía haber terminado del todo, o por lo menos sus efectos devastadores
habían dejado de sentirse. Ya funcionaba cualquier cosa con un cable colgando y
susceptible de ser enchufada a los orificios practicados, para tal uso, en una
pared o lugar similar.
A sus colegas en sus
respectivos países, Cuin y compañía, les dijeron que se mantuvieran
localizadas, pues antes de volver a pulsar el botón rojo, las llamarían para certificar,
qué anuncios e informativos se emitían correctamente y ver la reacción
instantánea de los hombres. Antes llamarían a los espías, para ver si por
Pestaña, había pasado algo digno de mención.
Los espías se alegraron
de oír sus voces después de tanto tiempo y la preocupación de no saber cómo se
encontraban, desapareció de inmediato. Habían intentado comunicar con ellas en
varias ocasiones, pero sin ningún éxito, ahora estaban felices de volver a
escuchar sus voces, estos, que seguían instalados en lo alto de la gran piedra que Cuin poseía allí, les contaron lo que había pasado en Pestaña.
Debido a la mencionada
erupción solar, todas las infraestructuras que estaban construyendo se vieron
paralizadas, afortunadamente, ya estaban casi todas terminadas y eso era una
ventaja. Pero los hombres allí ubicados, al verse faltos de actividad, empezaron
a notar una cosa muy curiosa en la que antes no habían reparado, la total
ausencia de personas del sexo opuesto al suyo en Pestaña, salvo por unas
cuantas mujeres, recluidas en una especie de edificio acristalado haciendo
esquina con dos calles, situado justo en el centro de Pestaña, y en el que en
su fachada se podían leer las enigmáticas letras FeFe, coronadas por una
especie de buitres, blancos sobre fondo azul, a los que habían refinado la
figura.
Ante la ausencia de
mujeres y de cualquier tipo de actividad, los trabajadores venidos desde otros
lugares tuvieron la intención de marcharse, afortunadamente, de nuevo, como no había
ningún medio de transporte en funcionamiento, les fue imposible salir de allí,
con el consiguiente disgusto y las consabidas protestas por parte de todos. Los
Pestañoles, más acostumbrados a la falta de actividad, no armaron demasiado
jaleo, cosa que extraño mucho a los demás, incluidos los espías, que se temían
lo peor.
Los Pestañoles, desempolvaron
de sus baúles barajas de cartas y piezas de dominó, olvidadas durante el
periodo de actividad y reunidos en pequeños grupos, alrededor de mesas o
cualquier artilugio que hiciera las mismas funciones, se pusieron a jugar una
partida tras otra, recordando tiempos pasados y sin importarles en absoluto lo
que pasaba a su alrededor. Y así fueron pasando los días, hasta que esa mañana
todo volvió a funcionar y se pusieron a rematar el trabajo que les quedaba por
cumplir, sin dar la menor importancia a lo acaecido anteriormente. Todo en
Pestaña seguía igual que antes de la erupción solar.
A las Ocho de la Casa
Rural, todas estas noticias las tranquilizaron mucho. Les hizo ilusión saber
que su plan no se había desbaratado por completo y todavía tenían esperanzas de
que funcionara, lo único malo, en principio, es que se demoraría un poco, pero
nada más. Se despidieron de los espías agradeciéndoles su inestimable
colaboración y prometiéndoles que en un par de días volverían a estar en
contacto con ellos, si no mediaba ninguna erupción solar o fenómeno de
similares características, para constatar de una vez por todas, la llegada
masiva de hombres a Pestaña.
Ahora sí que había
llegado el momento, por segunda vez, de volver a apretar el botón rojo.
Antes, llamaron a todas sus colegas, para que
siguieran en directo el acontecimiento y comprobaran la correcta emisión de
anuncios e informativos.
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