Cuin pensó que quizá
todo esto sólo era endémico en las grandes empresas, que era las únicas que
ella conocía por entonces, por lo que quiso conocer también que estaba
ocurriendo en las no tan grandes, medianas y pequeñas empresas. Cuin, gracias a
su habilidad con el maquillaje y su virtud en el vestir, se hizo pasar por
becaria y se dirigió a investigar, desde el interior de las propias empresas, qué era lo que realmente estaba pasando.
Lo que se fue
encontrando fue lo siguiente. El 105% de las empresas estaba dirigida por
hombres. En el 120% ellos vestían traje y corbata, ellas monísimas, los viernes
hacían una excepción y ellos vestían vaqueros y camisas de finas rayas azul
clarito, ellas guapísimas. En todas, el jefe entraba el último y se iba el
primero, pero no se iba a su casa directamente, se dirigía al bar más cercano y
allí iba esperando a que fuesen llegando sus aduladores súbditos, y entre copa
y copa, resolvían los problemas no sólo de su empresa, sino los del mundo
entero, por tal motivo cargaban los gastos al fisco. Ellas, monísimas, cuando
salían de trabajar se dirigían a desempeñar sus aficiones favoritas,
generalmente relacionadas con el cuidado del cuerpo y de la mente, sin
despreciar ningún otro capricho, por supuesto.
Además, constató un
hecho que le dejó realmente sorprendida, pues se encontró con muchas empresas
que contrataban a otras empresas para que realizaran el trabajo para el que eran
contratadas las primeras, creándose así una cadena de contratas y subcontratas
de contratas, en las que se perdía una gran cantidad de tiempo y dinero por el
camino, siendo el más perjudicado el último eslabón de la cadena, que
paradójicamente, era quien realmente realizaba el trabajo encomendado.
Cuin estaba aterrorizada, cómo no se podía haber dado
cuenta antes de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Además de
aterrorizada estaba tremendamente enfadada, ya que en su condición de becaria
tuvo incluso que pagar por trabajar en dichas empresas. ¡Qué indignada estaba!.
Cuin ya sabía quienes eran los culpables de la deriva que estaba tomando el
mundo y estaba casi decida a tomar una importante decisión. Se quitó el
maquillaje y traje de becaria y llamó para que vinieran a buscarla y llevaran
de regreso inmediatamente a Palacio.
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