sábado, 3 de octubre de 2015

Caperucita nunca será devorada (IV)

  Cuin pensó que quizá todo esto sólo era endémico en las grandes empresas, que era las únicas que ella conocía por entonces, por lo que quiso conocer también que estaba ocurriendo en las no tan grandes, medianas y pequeñas empresas. Cuin, gracias a su habilidad con el maquillaje y su virtud en el vestir, se hizo pasar por becaria y se dirigió a investigar, desde el interior de las propias empresas, qué era lo que realmente estaba pasando.

  Lo que se fue encontrando fue lo siguiente. El 105% de las empresas estaba dirigida por hombres. En el 120% ellos vestían traje y corbata, ellas monísimas, los viernes hacían una excepción y ellos vestían vaqueros y camisas de finas rayas azul clarito, ellas guapísimas. En todas, el jefe entraba el último y se iba el primero, pero no se iba a su casa directamente, se dirigía al bar más cercano y allí iba esperando a que fuesen llegando sus aduladores súbditos, y entre copa y copa, resolvían los problemas no sólo de su empresa, sino los del mundo entero, por tal motivo cargaban los gastos al fisco. Ellas, monísimas, cuando salían de trabajar se dirigían a desempeñar sus aficiones favoritas, generalmente relacionadas con el cuidado del cuerpo y de la mente, sin despreciar ningún otro capricho, por supuesto.
 
  Además, constató un hecho que le dejó realmente sorprendida, pues se encontró con muchas empresas que contrataban a otras empresas para que realizaran el trabajo para el que eran contratadas las primeras, creándose así una cadena de contratas y subcontratas de contratas, en las que se perdía una gran cantidad de tiempo y dinero por el camino, siendo el más perjudicado el último eslabón de la cadena, que paradójicamente, era quien realmente realizaba el trabajo encomendado. 

  Cuin estaba aterrorizada, cómo no se podía haber dado cuenta antes de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Además de aterrorizada estaba tremendamente enfadada, ya que en su condición de becaria tuvo incluso que pagar por trabajar en dichas empresas. ¡Qué indignada estaba!. Cuin ya sabía quienes eran los culpables de la deriva que estaba tomando el mundo y estaba casi decida a tomar una importante decisión. Se quitó el maquillaje y traje de becaria y llamó para que vinieran a buscarla y llevaran de regreso inmediatamente a Palacio.

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