lunes, 19 de octubre de 2015

Caperucita nunca será devorada (IX)

  En Calma Yorka, Kerkel se encontraba con gente de casi todas las nacionalidades, razas y colores, que generalmente también viajaban en grandes grupos y con las mismas intenciones, tomarse unos días de descanso o como decía el cien por cien de los allí reunidos,  disfrutar de sus bien merecidas vacaciones. Desconectar lo llamaban, esto a Kerkel le venía de maravilla, pues al estar desconectados los podía observar con total tranquilidad y sin temor a incómodos malentendidos.

  A Kerkel le encantaba aquel lugar, comentó a Cuin que muchas veces tuvo intención de comprarlo pero nunca llegó realmente a decidirse y que tal vez ahora era el mejor momento para hacerlo, Cuin la miró y con una maligna sonrisa le dijo:

- No pienses en eso ahora, si todo sale bien, pronto el mundo entero será para nosotras-.

  La rutina era la norma en ese periodo vacacional, se desayunaba a las 07:00h, desayuno tipo bufete, se comía a las 13:00h, comida tipo bufete y se cenaba a las 20:00h, cena tipo bufete. Se huía de la rutina diaria, para adentrase en la rutina vacacional, que a diferencia de la anterior suele durar bastante menos. 

  Después del desayuno, Kerkel y sus amigas se embadurnaban de cremas, se ponían bañadores último modelo, uno por la mañana y otro por la tarde, ninguno igual al otro, pareos de colores vistosos, chanclas rojas, amarillas, verdes y blancas, dependiendo del modelo de bañador y pareo, con amplios sombreros también a juego. Bajaban a la playa y se tumbaban al sol para que sus cuerpos cogieran un bonito tono de piel. A media mañana se tomaban una margarita bien fría con un exquisito cóctel de frutas. Cuando el calor empezaba a apretar, se dirigían tranquilamente hacia la orilla del mar, caminando con elegancia y procurando no levantar ni un grano de arena, una vez en el agua, avanzaban con lentitud, dejando que el cuerpo se adaptara a la temperatura del agua, nadaban un poquito, procurando ni salpicar ni molestar, salían del agua igual de tranquilas que habían entrado y volvían a su lugar al sol, secaban su piel y cabellos con toallas también a juego con bañador, pareo, chancla y sombrero. Kerkel quizá no hiciera esos movimiento con tanta gracia, estilo y elegancia que sus compañeras, pero tampoco podríamos decidir que desentonara mucho.

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