miércoles, 7 de octubre de 2015

Caperucita nunca será devorada (VI)

  Kerkel estaba asombrada de lo que estaba escuchando de Cuin, tan asombrada que el segundo caramelo estaba completamente fundido en su mano, se sentía totalmente identificada con Cuin, ella también había tenido sensaciones parecidas, pero debido a su carácter, nunca quiso dejarse llevar por ellas, ella sólo se dedicaba a dirigir, dirigir y dirigir y por supuesto a que la obedecieran, sin pararse a pensar en que todo lo que tenía a su alrededor podía ser la causa de tantos males. Instó a Cuin a que siguiera con su relato, pues estaba muy intrigada con lo que realmente pasó en esos primeros minutos del día 12 y las consecuencias que tendría.
  
  -Señores-, habló Cuin, -me pueden decir qué hacen ustedes aquí reunidos a estas horas de la madrugada?-. Nadie se atrevía a hablar, todas las miradas se dirigieron hacia el marido de Cuin, que en ese momento pasó a tener 305 años. – Querida Liz-, empezó a hablar el marido intentando relajar el ambiente, -¿Cómo?- exclamó Cuin con autoridad, y el pobre hombre pasó a tener 12 años más, -Le ruego me perdone su Gran Alteza-, prosiguió el marido de Cuin, -pero estamos aquí reunidos por importantes motivos que nos hacen pasar la mayoría de las noches en este lugar-.

  Cuin se temía lo peor, como escuchara lo que pensaba que iba a escuchar, su decisión estaría totalmente tomada, con consecuencias gravísimas no sólo para los pertenecientes al tal Club Totario Ese, sino para el resto de la humanidad también.   
  
Kerkel ya no sabía muy bien qué hacer, ya sabía que lo peor que podía haber pasado pasó, porque si no, evidentemente no estarían ellas allí reunidas. Dejó que Cuin terminara su relato, intentando no pensar en la gran tarea que tenían por delante y en todas las sensaciones que también tuvo ella años atrás y que más tarde contaría a Cuin.

  -¿Y sé puede saber qué importantes motivos les traen ustedes hasta aquí?, y no me respondas tú, marido mío, que te conozco-, prosiguió secamente Cuin. El marido de Cuin ni rechistó, en ese momento su edad era ya totalmente indefinible. Todos se miraron unos a otros, buscando quién sería el que respondiera, hasta que encontraron al Primer Ministro del Imperio de Cuin, que también se encontraba por allí, ya que era uno de los habituales del lugar y que en esos momentos intentaba hacerse el despistado, pero que al verse centro de todas las miradas incluida la de Cuin, no le quedó más remedio que contestar y añadir a sus 125 años otros 25 más. –Su Gran Alteza, estamos aquí reunidos porque tenemos que resolver los grandes retos a los que se ven sometidos nuestras empresas, que por supuesto son suyas también, y resolver también los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad, que por su puesto, parte es suya también-, terminó de contestar el Primer Ministro del Imperio de Cuin.

  -Ya, muy bonito, ¿pero las copas quién las paga?- requirió Cuin. En ese momento se hizo un silencio sepulcral. Cuin se levantó y se escuchó el mismo crujir de espaldas anteriormente escuchado, se dirigió hacia la puerta y antes de salir volvió la cabeza hacia su marido, que ya ni siquiera tenía edad, y le dijo, -y tú, ni te molestes en volver a casa-.

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